La muerte del señor Lazarescu (Cristi Puiu, 2005)


A la usanza del archiconocido comienzo de Crónica de una muerte anunciada, aquel “el día que le iban a matar…” con el que García Márquez destrozó el final de la novela a sus lectores, el rumano Cristi Puiu muestra desde el título de esta película el armazón de su proyecto: el señor Lazarescu, rodeado en una mugrienta casa de solitarios gatos, pide una ambulancia al inicio del filme por unos persistentes dolores en el estómago; a partir de aquí, todos los pasos que dé serán etapas angustiosas en un particular vía crucis hacia la inminente muerte. El decorado, una Bucarest caótica y desolada por igual, punto de mira de cierto grupo de cineastas del este que comienzan a acaparar premios en festivales.
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A la usanza del archiconocido comienzo de Crónica de una muerte anunciada, aquel “el día que le iban a matar…” con el que García Márquez destrozó el final de la novela a sus lectores, el rumano Cristi Puiu muestra desde el título de esta película el armazón de su proyecto: el señor Lazarescu, rodeado en una mugrienta casa de solitarios gatos, pide una ambulancia al inicio del filme por unos persistentes dolores en el estómago; a partir de aquí, todos los pasos que dé serán etapas angustiosas en un particular vía crucis hacia la inminente muerte. El decorado, una Bucarest caótica y desolada por igual, punto de mira de cierto grupo de cineastas del este que comienzan a acaparar premios en festivales.

Destrozado el final, ¿qué queda? Dos horas y media que ofrecer. Ante tanto tiempo, la premisa es clara: la riqueza de la narración se encuentra en ese tránsito nocturno por los hospitales, la cuenta atrás ante un cuerpo que lentamente va perdiendo sus funciones vitales. Naturalismo exacerbado, cámara nerviosa, espacios opresivos, situaciones incómodas y triviales conversaciones entre vecinos… los minúsculos detalles que van trenzando las últimas horas de Dante Lazarescu, trasunto pagano del Dante de La Divina Comedia cuyo particular Infierno es esta Bucarest atestada y deprimente, incapaz de atender a un cadáver en ciernes.

Cristi Puiu actúa sabiendo que la empatía con el espectador se consigue haciendo a éste partícipe del recorrido nocturno de Lazarescu, por tanto, respetará ceremoniosamente el tiempo real de este trasiego. Y así, sin apenas cortes, consigue que seamos uno más dentro del deambular nocturno del protagonista. Sólo una réplica a este entramado: ¿por qué esa extraña elipsis temporal en la ambulancia? El director parece encogerse y traicionar su planteamiento previo: los personajes se quedan sin conversación, y para salvar esa pausa, fundimos a la entrada en el hospital. Este silencio, que debería incomodar al espectador, parece resultar incómodo para Puiu, y la opción es eliminar este mal trago con un nada disimulado fundido. Será el único momento de duda en este agónico paseo por salas de espera y pasillos de hospitales servidos en largos planos secuencia. Puntualmente, la cámara vacila sin rumbo, a la vez que sabe fijarse inquiriendo a los rostros que participan en la tragedia cotidiana.

La repetición de situaciones crece en espiral hasta convertir la película en una extraña pesadilla. El rito de entrar y salir de los hospitales trasciende la diminuta anécdota en la que se basa el film para obtener múltiples resonancias. Así, el gesto de realizar una película sobre la muerte natural de un hombre en la Europa actual se carga de sentido no sólo humano sino también político. La única elipsis que tendremos en la película (sí, a excepción de este impertinente fundido en la ambulancia) será para obviar la muerte del señor Lazarescu en el plano final. Elimina la información que ya tenemos de antemano: al fin y al cabo, mostrar el último suspiro sería redundar en lo que nos ofrece el título, la inevitable imposición de la muerte.

Toni Tairont