General Idi Amin Dada: autorretrato (Barbet Schroeder, 1974)


Existe dentro de la comedia un tipo de historias que casi conforman ya un subgénero que es el del hombre de la calle que alcanza la cima del poder. La fórmula “presidente por accidente” nos trae de inmediato a la mente la imagen de Ali G haciendo de las suyas en la Cámara de los Comunes, así como de otros personajes más o menos bufonescos instalados en cómodos despachos.




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El General Amin, que llegó a jefe de estado de Uganda tras un golpe de estado en 1971, protagoniza esta película que podría encuadrarse casi perfectamente en este subgénero de la comedia. Y es que estamos ante un dictador que es más bien una caricatura del tirano: un antiguo boxeador con sobrepeso que se pasea ufano entre sus modestas tropas, que reúne a sus ministros para decirles que tomen decisiones por ellos mismos y no le llamen a horas intempestivas, que manda cartas de amor al presidente de una nación enemiga como Tanzania y organiza colectas para enviar alimentos a Reino Unido. Amin nos cuenta sus planes inmediatos: introducir el swahili como primer idioma en Estados Unidos, invadir los Altos del Golán y acabar con el pueblo judío.

En su piscina, rodeado por sus 16 hijos y su séquito al que acaba de volver a derrotar por centésima vez en una carrera, ríe a carcajadas mostrando su blanquísima dentadura al mundo.

El general elige personalmente las facetas de su vida que quiere proyectar al exterior, y el equipo de rodaje le acompaña como parte de su séquito, pero su propaganda es tan torpe que sólo consigue ponerse en evidencia. Hasta aquí tenemos el pretendido “autorretrato” de un patético bufón, en el que el entrevistador ni siquiera necesita hacer preguntas incómodas para obtener jugosas respuestas. Pero General Idi Amin Dada: autorretrato no es, desgraciadamente, una comedia porque lo que cuenta no es una fábula, ocurrió y es una de las páginas más negras de la historia de la África post-colonial. Aquí es cuando el realizador nos introduce mediante un montaje paralelo (apoyado por fotos, imágenes de archivo y voz over) la triste historia del hundimiento de Uganda y el genocidio de miles de personas. Schroeder, veterano realizador y productor de Rohmer entre otros, pretende helarnos la sonrisa y lo cierto es que consigue dejarnos estupefactos. Sin embargo, lo hace con una realización muy tosca – sorprende ver al reputado Néstor Almendros en los créditos- y recurriendo a un cómodo montaje paralelo. Lo primero se puede perdonar fácilmente pero lo segundo no tanto. Una pena que no suceda más frecuentemente en la película lo que ocurre en la última secuencia, cuando la cámara desnuda sutilmente y en silencio el rostro y las manos del tirano cuando éste calla por primera vez en el film para escuchar. El político bajo los focos. Un sabio gesto el de Schroeder (o quizá de Almendros) que nos retrae al de Depardon en su agudo retrato de Chirac (Reporters; 1981). Difícilmente podremos olvidar ya esa mirada del general.

Aún así, no debe despreciarse la valiente propuesta de Barbet Schroeder y su agilidad para meterse en plena boca del lobo y extraer de allí un auténtico tesoro gracias al cual podemos observar a la “bestia política” en acción, algo que todos desearíamos ver con muchos jefes de estado actuales como protagonistas pero que, posiblemente, sólo la ficción podrá recrearlo.
Daniel García

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