Crítica de la separación (Guy Debord, 1961)



Dentro de la agitada cultura francesa de la segunda mitad del siglo pasado, Guy Debord construyó su imagen rebelde y altanera desde una trinchera donde poder disparar con seguridad sobre el sistema establecido. Ladrillo a ladrillo, documental transgresor tras otro, poemas dadaístas acompañados de dibujos incendiarios… su militancia política le hizo ser uno de los partícipes del cacareado mayo sesentayochista, y erigirse como líder en la sombra de aquella izquierda francesa que absorbía todas las manifestaciones culturales para hacer campaña. El cinematógrafo no escapó a las pretensiones de Debord. Su obra se alejó por iniciativa propia de los amplios circuitos, para acabar hoy día, más de diez años después de su suicidio, en museos o hemerotecas apolilladas.


(Leer más...)


En 1957 realizó Crítica de la separación, película de escasa duración que se distancia del documental clásico y pretende ser una reflexión sobre el propio medio, su valor y ubicuidad en el contexto en que está realizado. La película se presenta como un doble relato: el que ofrece la imagen por un lado y la voz en off por otro. Dos orillas alejadas que encuentran el nexo de unión en momentos puntuales: puede ser el rostro de la enigmática mujer, que interpela a la cámara para interrumpir el discurso que oímos, o bien las últimas imágenes que París nos muestra y que la voz en off se empeña en destruir, advirtiéndonos que no tienen porqué ser las últimas escenas de la película, aunque a continuación llegue el fundido negro. Las convenciones quedan a un lado: el relato clásico aristotélico al que estamos acostumbrados está siendo destruido.

No hay linealidad narrativa: las imágenes (algunas de archivo) son aleatorias, al azar de lo que París expulsa, la voz fluye sobre ellas, desmontando su orden y veracidad, a veces subrayándolas, otras obviándolas, marginándolas… El término cine-ensayo que André Bazin acuñó pensando en el cine reflexivo de Chris Marker casaría perfectamente con esta propuesta. Y Debord se siente cómodo en este juego de descontextualización de imagen y audio que el cine permite, al igual que le ocurre al citado Marker o al Godard más ensayístico. Sólo parece incomodarle el bello rostro de la chica, que mira a la cámara quizás para perturbar al narrador.

La separación a la que alude le sirve para posicionarse lejos de la sociedad del espectáculo, perteneciente a los maniqueos gobernantes, y formular un discurso que le sitúa como una rara avis alejada del juego mediático. Pero además, esta separación podríamos asociarla a este doble relato auditivo-visual. La voz desmiente a la imagen, y viceversa. Y a la vez, es su necesario acompañante.

Una última advertencia. Esta profunda quiebra que esboza, a tantos niveles y sin cortapisas, puede quedar como un juego de niños ante el feroz ejercicio de dadaísmo que es Hurlements en faveur de Sade (1952). Siéntense ante esta película, véanla, y no piensen que les está fallando el reproductor.
Aurelio Medina

1 comentario:

The Genius dijo...

TE PASASTE. RESCATAR ESTAS PELÍCULAS ES GENIAL. SIGUE ASÍ.