L'enfant secret (Philippe Garrel, 1982)




Anne Wiazemsky



Françoise Lebrun




Anne Wiazemsky está al final de "L'enfant secret" (1982) encogida y sin poder hablar, lo intenta pero sólo balbucea, escondida tras sus melena larga, su abrigo y las gafas de sol, su rostro es un esbozo. Diez años antes Françoise Lebrun en "La mama et la putain", con las facciones marcadas, más desnuda, expulsaba frente a cámara un sufrimiento irrefrenable, exponía un estado de angustia al que intentaba dar forma, una amargura que no parecía tener un origen definido. Aparecían al final del metraje todos los reproches que había estado guardando en cada minuto de la película, mientras que Wiazemsky, sin variar una expresión que ya conocíamos, sólo puede suplicar, suplicar que no la abandonen. Eustache filmaba de frente las marcas de su icono postsesentayochista, enfrentado cara a cara en la misma cama que ella, parecía grabarla sorprendido por la catarsis que acontecía; pero Garrel está lejos, fuera de la escena filmando a su icono generacional, desamparada tras el cristal de la cafetería.

Otra, otra maldita película sobre generaciones perdidas. Parece que no ha habido generación que haya podido encontrar sus sueños durante la juventud.

Otra, otra película de Garrel sobre el desencanto, otra que no se borra fácilmente.


Contactos (Paulino Viota, 1970)


Arrancó esta semana una nueva edición del festival Punto de Vista en Pamplona. El año pasado se homenajeó a Paulino Viota por el cuarenta aniversario de su película "Contactos", una de las obras más relevantes -y a la vez invisible- del cine underground español del tardofranquismo. Cuestiones de azar, he visto la película hace cuatro días, sin reparar en la coincidencia con el festival.

Viota (director) y Santos Zunzunegui (coguionista) presentaron la película en Pamplona junto a "Jeanne Dielmann" de Chantal Akerman e "Invasión" de Hugo Santiago, seleccionadas por el propio Viota.

Dejo un enlace de la presentación que se hizo en la sala de Pamplona.




Paulino Viota:

“Contactos” está inspirada en otras artes. Nos basábamos en los grandes escultores vascos, Oteiza y Chillida. En Oteiza era muy importante la idea de vacío, la materia de la escultura es necesaria para agotar un vacío, el verdadero tema de la escultura, un vacío que para Oteiza era positivo, un lugar de acogimiento espiritual como puede ser para un creyente una Iglesia. Al llevar esta idea al cine, tratamos de traducir lo que en Oteiza era Espacio en Tiempo, puesto que el cine es un arte temporal. Y le dimos un sentido contrario: no un sentido positivo, de recogimiento, sino la expresión de la dureza de la vida en aquellos tiempos de Franco.”

El sentido contrario al que hace alusión Viota hizo que la película engarzase con una cierta frialdad bressoniana (citada por el propio Viota). Y es interesante la reflexión sobre el espacio y el tiempo a la que alude: el tedio que se origina del meticuloso estudio de las posibilidades del tiempo cinematográfico es a su vez el tiempo de la época que se está filmando; y la pobreza de los medios con los que se filma, afirma Zunzunegui, es igualmente la pobreza de aquel tiempo.

La forma y los materiales de "Contactos" es, por tanto, la extensión de un pensamiento vivo y de una manera de batallar en los estertores del franquismo.

Aurelio Medina

Herzog, Popol Vuh, Health, New Orleans y el gran éxtasis del escultor

¿Popol Vuh o Health? Elijamos el que elijamos, el arranque de la película original o el videoclip del grupo neoyorkino, siempre está Herzog.



Acudo a Werner Herzog después de ver "Teniente Corrupto", relectura que hizo el año pasado del oscuro descenso a los infiernos que filmó Abel Ferrara en 1992. Pasé fin de año en New Orleans y, lo que suele pasarme siempre que una ciudad me atrapa, a la vuelta busco películas, libros o incluso canciones que dibujen la ciudad y que completen mi perspectiva o que simplemente me hagan recordarla. Los primeros episodios de la serie "Treme" han sido una gran elección. Volver a escuchar el disco de Alain Toussaint y Elvis Costello "The river in reverse" también, sin duda. Todo iba bien hasta que vi "Teniente Corrupto". Poco que decir: el cuidado que mantenía Ferrara retratando a Harvey Keitel es sustituido aquí por una constante indiferencia de Werner Herzog hacia su actor, Nicholas Cage. Quizás hasta esa ridícula peluca de Cage sea idea de Herzog para pasárselo mejor aún mientras le filmaba en New Orleans. Una nueva broma desconcertante de Herzog pero de casi dos horas de duración. Sólo un comentario más al respecto: ¿no recuerda, por la manera en que está insertado en el relato, esa iguana en primer plano a la gallina que bailaba al final de "Stroszek" (1977) aquella otra broma que desconcertó a espectadores e incluso a los trabajadores de la película?




He citado "Stroszek" y, buscando referencias de ella, descubro que el tema que bailaba la gallina es el mismo que baila el alma de un delicuente que asesina Nicholas Cage en este "Teniente corrupto" ("Old lost John", del bluesman Sonny Terry). Prefiero evitar meterme en reflexiones extrañas y no unir ideas irrelacionables, acabaría escribiendo muchas más estupideces de las que ya tengo entre manos. Guardo un gran recuerdo de esos seis días en New Orleans como para seguir dando vueltas en torno al detective Nicholas Cage.

Sobre la redención trataba "Teniente corrupto", al menos en la película de Abel Ferrara. Volver a ver "El gran éxtasis del escultor de madera Steiner" (1974) ha tenido en mí un cierto efecto redentor con respecto a la obra de Herzog. En realidad, creo que nunca había dudado. Sólo me tomo "Teniente corrupto" como una broma pesada con New Orleans como decorado. Vean al teniente corrupto de Herzog, y luego el éxtasis del escultor Steiner y asunto solucionado. Y entre medio, si quieren, a la gallina bailando rock 'n' roll en "Stroszek". Y vayan a New Orleans si pueden, igualmente.

La navidad acabó pero la nieve sigue cayendo, no es mala opción escribir de nuevo al inicio de este año con inquietantes imágenes de saltos de esquí, acompañados de gallinas que bailan rock e iguanas que se ríen de Nicholas Cage.

Aurelio Medina

Los Materiales (Los Hijos, 2009)


He aquí una película necesaria, una película que alguien tenía que hacer en nuestro país cuanto antes. Los materiales se rebela contra un cine al que invoca constantemente durante su metraje sin necesidad de ponerle nombre y apellidos. Adquiere su sentido completo en el enfrentamiento con este cine de lamentos por “tiempos mejores”, de ausencias que se quieren transcendentales y de memorias vanas que dejan impune el presente.

El gesto provocador de sus imágenes tiene más de bofetada que de tirón de orejas, pero se trata de un gesto ejecutado con ironía y hasta cierta ternura. Eso sí, se lleva por delante a toda una generación de documentalistas entre la que me incluyo: gente que hemos estudiado cine o documental en escuelas especializadas, que (mal)vivimos en grandes ciudades y hacemos video porque es más barato, que cuando no tenemos grandes “problemas” salimos a buscar –o a cazar, según la avidez de cada uno- los de los demás.

Los materiales se construye así como una enorme y rotunda negación. Niega los grandes relatos históricos a través del relativismo y la reflexividad más absolutos, se niega a formular preguntas: deja hablar a perros y árboles y cuando es una persona la que habla se gira hacia el otro lado. No cree ni en los testigos ni en las huellas del pasado, sólo cree en lo inmediato, en el metro cuadrado que tiene la cámara a su alrededor. Y mediante esa brillante pirueta, eso que es su gran valor se convierte a su vez en su problema principal. Ensimismada en ella misma y en sus propios realizadores, la película condena al fracaso cualquier posibilidad para conocer el mundo exterior a nosotros y, lo que es aún más inquietante, para ir más allá de una memoria que no sea la familiar. En la oscuridad del final, una vieja canción y la reflexión sobre ella apuntalan aquello que fue un simple rechazo a mirar y que con el tiempo puede convertirse en ceguera. Se me ocurre ahora que en el fondo es casi lo mismo mirar a otro lado que estar ciego. Quizá no, nunca se sabe. A propósito de la ceguera, aquí dejo una canción para otro posible final de la película, pero éste en technicolor.

DG

Weg zum nachbarn (Lutz Mommartz, 1968)



Antes de cerrar el chiringuito, otro plano secuencia que nos hace diez minutos más viejos,
otros ojos que van a ser difíciles de quitarse de la cabeza en un tiempo.
Como la definió su autora: una demostración de amor.

Daniel García