Paranoid Park (Gus Van Sant, 2007)


La película comienza con super 8 y un amable tapiz de música electrónica. A partir de aquí es difícil seguir la cronología. Creo que no recordaba tener que haber visto una misma película dos veces seguidas desde el ya lejano mazazo de Exotica, de Atom Eyoyan. Como me ocurrió aquella vez, el primer visionado resulta abrumador, pero a la postre muchísimo más gratificante que el segundo. Y es que esta película, como aquella, es un auténtico viaje en el sentido más lisérgico de la palabra. En este caso, un viaje a la mente de un chico de 15 años.

Paranoid Park, es una propuesta bastante desconcertante incluso para venir de quien viene. Más que nada porque tiene poco que ver con esa trilogía – me refiero a Elephant, Gerry y Last Days- que parió Van Sant después de darse el atracón de Bela Tarr.

Aquí no queda casi nada de esos falsos – y largos, larguísimos- movimientos que suelen emprender los personajes de Bela Tarr y que con tan buenos resultados asimiló Van Sant. El tiempo de la espera, la sensación de inminente catástrofe que impregnaba aquella era, no tienen hueco en una película que se ocupa precisamente de la catástrofe y, sobre todo, de los instantes que la siguen.

El despliegue de recursos, géneros y texturas de Paranoid Park es sencillamente brillante, un constante juego entre sombra y luz, silencio y ruido. No es fácil encontrar una obra de ficción como ésta en el que el diseño de sonido logre su propósito de desgarrar las imágenes y llevarlas a otro nivel de percepción. Es obligado sentir que la película está mutando al ritmo del fluir de los pensamientos del protagonista: el resultado es un mixtape delicioso e hiriente, como aquellos que uno no paraba de escuchar en aquella fatídica edad.

Y es bien cierto que la fotografía del endiosado Christopher Doyle puede resultar cargante por momentos y que Van Sant bordea el barroquismo más irritante (especialmente tras ese segundo visionado que no recomiendo hasta que pase un tiempo prudencial). No será tan geométricamente perfecta como Elephant, pero Paranoid Park es innegablemente una obra fascinante. Mucho más que un simple ejercicio de estilo, un ejemplo de ese escaso cine que nos transporta sin falsos movimientos, que nos guía hacia un estado mental asombrosamente próximo que creíamos olvidado.


Daniel García (con la inestimable ayuda del amigo americano)

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