DOS MUJERES BAJO DISTINTAS INFLUENCIAS


WANDA (Bárbara Loden, 1971)
UNA MUJER BAJO LA INFLUENCIA (John Cassavetes, 1974)


Presentamos en este texto una comparativa entre dos películas afines, coetáneas, de planteamiento y desarrollo paralelo, aunque de dispar ejecución. Por un lado, Wanda, de 1971, primera y única película de Barbara Loden, esposa de Elia Kazan. Por otro, Una mujer bajo la influencia, de John Cassavetes, tres años posterior. Ambas películas coinciden en un espacio (los arrabales periféricos de una América alejada del sueño americano) una misma premisa narrativa (el curso a la deriva de una mujer abocada al fracaso) e incluso en un estilo definido, austero, ausente de artificiosidad. Pero, una vez empezamos a desojar las capas de cada propuesta, encontramos matices que acaban ofreciendo resultados distintos.


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Wanda (interpretada por la propia directora) encuentra a su pareja, un ladrón de poca monta y sin escrúpulos, tras abandonar su entorno y vagar sin rumbo por la ciudad. Mabel, la frágil mujer con problemas mentales que encarna Gena Rowlands en la película de Cassavetes, vive con su marido y sus hijos, en un decorado de falsa felicidad. Desde un estilo directo, sin mayor artificio que la mirada de la cámara, ambas propuestas quieren presentar al personaje desnudo, sin ataduras. Aún así, Wanda es la inanidad: inexpresiva, fría, un juguete roto en manos de los que se la encuentran. Y en esta vacía expresión del alma redunda constantemente la directora: Wanda no responde preguntas, no se expresa en ningún momento, esboza esporádicamente algún llanto ante los golpes de su pareja… además, la película se recrea en tiempos muertos que, lejos de vaciar al personaje para mostrárnoslo, parece más un simple relleno narrativo. Wanda resulta atractiva en sus inicios, cuando esa frialdad de su rostro intuye que, detrás de él, se encuentra un personaje con retorcidas aristas que desenmarañar. Pero todo esto se queda finalmente en eso, en un impasible rostro. La película, por tanto, peca precisamente de lo que transmite la actitud de su protagonista: frialdad.

Por otro lado, Mabel, la esposa de Harry (Peter Falk), busca incisivamente en su marido el apoyo que le falta a su fragilidad emocional, encontrando el efecto inverso, y quizás el mayor detonante de su posterior ingreso clínico. Cassavetes, acostumbrado a plantear sus rodajes con los mínimos recursos posibles, rodó gran parte del filme en su casa, lugar donde solía ensayar durante largas veladas con sus actores. En este caso, Una mujer… ofrece una palpable cercanía antropológica de los personajes (tanto del femenino como del masculino) partiendo de la naturalidad, y sin molestarles. Algo que no obtiene Wanda. La cámara de Cassavetes es un folio en blanco donde los personajes escriben sus miserias y desdichas, prescindiendo de todo barroquismo literario. Lo hacen desde la incomodidad que transmiten ambas cenas en torno a Mabel, y las continuas discusiones que tienen como único escenario el hogar, y que muestran no sólo la incapacidad de Mabel para llevar a buen puerto sus problemas, si no la de Harry, su marido, impotente en la ayuda.

La complicidad entre los actores y el director huelga decir que es notoria. Peter Falk y Gena Rowlands (imprescindibles para Cassavetes en muchos de sus títulos) son la base donde se asienta el perfecto desarrollo de la película. El punto de partida para que los tres, Falk, Rowlands y Cassavetes, moldeen la historia.

Wanda, en su intento de mostrar una nueva visión en el cine sobre el desencanto que sufren las personas desdichadas, se queda estancada en mitad del trayecto. Sus personajes se encogen, retraídos, ante el espectador. Acaba siendo eso mismo: un tímido esbozo de una carrera cinematográfica que en un futuro podría haber ofrecido obras brillantes, más maduras. Desgraciadamente, fue la única aportación de su directora, ya que posteriores problemas de financiación y una muerte prematura (nueve años después, en 1980), añadieron el cartel de obra póstuma a esta imperfecta ópera prima.

Aurelio Medina