La ciudad bajo la ciudad



Bienvenidos al Tercer Espacio, nos advertía la Playstation 2 hace unos años. Un nuevo espacio a camino entre nuestra experiencia real y la proyección de nuestras experiencias imaginadas. Un mundo con otras reglas donde uno puede ser lo que quiere ser, donde Bambi puede con el todoterreno que intenta atropellarla. David Lynch, el artífice de los spots de dicha campaña publicitaria, es precisamente quien más ha insistido en explorar este tercer espacio en el que viven los habitantes de su propia ciudad.


¿Existe realmente Los Angeles? Si hay una ciudad en el mundo que vive totalmente confundida con su propia imaginación, ésa es Los Angeles. Puede suceder que una ciudad viva temporalmente confundida con su propia imagen, como le sucedió a Madrid con su sueño olímpico truncado en pesadilla, pero el caso de la ciudad californiana es ejemplar puesto que ha servido de plató natural para la industria de Hollywood durante todo el siglo XX. Resulta especialmente reveladora en este sentido Los Angeles plays itself (Thom Anderson, 2003), una mirada lúcida a un espacio urbano maltratado por el relato cinematográfico, que ha acabado ocultándose humillado al mirarse en el espejo deformante de la pantalla cinematográfica. Presentada a la manera de ensayo, la película de Anderson realiza un minucioso estudio de la mirada del cine hacia la ciudad y del enorme decalage que Hollywood ha abierto entre ella y su representación. La revisión de títulos es agotadora, desde Blade Runner a Chinatown, pero la visión de Anderson sobrepasa la del erudito y es capaz de introducir experiencias personales y una fina ironía que filtra todo el relato.

No deja de ser siempre sorprendente el ver de nuevo películas de ficción cómo si fueran documentales de un tiempo y un espacio ya desvanecido. La elegía, el lamento por el fin de unos días, es también una vía para adentrarse en este tercer espacio de una ciudad, en este caso tomándola como escenario de la propia infancia. ¿Existen Liverpool y Winnipeg? Desde luego, no tal y como los conocimos cuando éramos niños, parecen decirnos Terence Davies y Guy Maddin en Of time and the city (2008) y My Winnipeg (2007), sendos filmes sobre las ciudades en las que ambos crecieron. Este punto de partida tan obvio afortunadamente está lejos del documental histórico, supone más bien una oportunidad para los dos realizadores de ahondar en sus propias construcciones mentales de Liverpool y de Winnipeg.

Of time and the city es una vuelta de tuerca más de Davies sobre su querida y odiada Liverpool, aunque ésta vez, desde la no ficción. La película se apoya en una excelente selección de archivo que nos devuelve el Liverpool gris de la posguerra, poblado de casas de ladrillo y niños con las rodillas sucias. La voz grave de Davies recita versos propios y de Joyce o Chejov, ilumina la mísera vida familiar de domingos de misa y fútbol en Anfield con las fantasías provocadas por el cine y la radio. Es el montaje el que nos guía de forma exquisita a través de las décadas, del Liverpool en blanco y negro al de color, de la inocencia de los seriales radiofónicos a los estragos de la droga en los setenta. Si bien no falta crudeza en algunos episodios (la diatriba contra la represión ejercida por la iglesia) ni amargura (“I am an alien in my own town” llega a decir), el lirismo abandona poco a poco el tono elegíaco para confundirse tristemente con la retórica del video promocional (arco iris, fuegos artificiales y demás triunfalismos). El patrocinio de Liverpool Ciudad de la Cultura 2008 quizás, pesó demasiado. Of time and the city puede verse finalmente como un enorme esfuerzo por dar una continuidad entre el imaginario personal y el imaginario institucional, por reconciliar la identidad escindida del autor con la memoria colectiva de su comunidad en un tercer espacio que se constituye en el filme.

Lejos de las amables reconciliaciones se sitúa la bizarra propuesta de Guy Maddin. My Winnipeg alterna imágenes documentales rodadas en digital en el Winnipeg actual con reconstrucciones muy estilizadas propias del universo Maddin. El cine mudo habitual en su filmografía es sólo el referente estético a partir del cual se subvierte la moral caduca de los años dorados de Norteamérica. Bajo la amable apariencia de las fotografías familiares, la infancia de Maddin, al igual que la de Davies, parece sacada de un manual de psicoanálisis: un salón de belleza, mujeres castradoras, un padre ausente y toneladas de sexo reprimido.

Del mismo modo, existe una ciudad bajo la ciudad. Caprichosamente, emergen huellas que hacen visible esa otra ciudad, como emergen del hielo las cabezas de los caballos congelados en su río. Winnipeg, poblada de muertos vivientes, ofrece toda una mitología sobre la que Maddin se permite fantasear, caricaturizar en ocasiones, pero siempre desde una infinita ternura. También encontramos aquí el recurso de la voz over del realizador, pero en My Winnipeg, Maddin es un personaje más, excesivo como todos, atormentado por sus obsesiones. Partiendo de la fábula de la huida imposible de la ciudad, Maddin crea una descomunal alucinación que le permite recrear gozosamente sus fantasías infantiles, al mismo tiempo que salda alguna que otra deuda con sus fantasmas del pasado. Pero, “¿Qué es una ciudad sin sus fantasmas?”, se pregunta finalmente el realizador. Las políticas locales de memoria no han hecho sino echar inútilmente tierra sobre ellos. Su familia también ha hecho lo propio. Maddin, aunque es consciente de las limitaciones del medio con el que trabaja, se refugia en el cine, en la hermosa celebración de la ficción. Su Winnipeg sigue vivo y es una amenaza constante para todos aquellos que tratan de construir ciudades sin mácula, envasadas al vacío, listas para ser comercializadas.


Daniel García





1 comentario:

Crowley dijo...

Hola,
ante todo, felicidades por el post y por el interesante blog.
Causalidades de la vida, hace unos días le dediqué una entrada en el mío a "My Winnipeg" de ese genio que es Maddin.
He disfrutado mucho de tu análisis de las ciudades y cómo desvirtuamos su visión.
Un saludo