Lessons of darkness (Werner Herzog, 1992)



Más allá de la foto de la gaviota cubierta de petróleo, más allá de las lucecitas verdes sobre el cielo de Bagdag, existe un trazo común en la guerra del Golfo y en todas las guerras del mundo. En Lessons of darkness, Herzog nos traslada al Kuwait de 1992 tomando como punto de partida la búsqueda de esa profunda huella.


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Podríamos decir que en esta película Herzog se aleja del género documental, quiere hacer una película de ciencia ficción y acaba haciendo un ensayo. La pretendida fábula del planeta lejano arrasado no funciona aquí tan bien como en Fata Morgana (obra inclasificable realizada 20 años antes pero con tantos paralelismos que casi se diría que ambas forman un díptico). El referente es fácilmente reconocible: el Kuwait arrasado por la guerra lleno de pozos escupiendo fuego y heridas todavía sangrantes. Sin embargo, los textos recitados en el desierto funcionan aquí de manera brillante, mejor que en Fata Morgana, y las palabras del Apocalipsis logran la trascendencia de las imágenes hasta un nivel superior, casi místico.

Porque es ésta una obra arrebatada, excesiva, una ópera grandilocuente del Horror. Todos los elementos confluyen en una misma dirección. Las lentas panorámicas sobre los lagos de petróleo desde el helicóptero (nunca un piloto tuvo tanta importancia en una obra cinematográfica) nos inducen en una especie de trance del que ya será imposible huir. La música de Arvo Pärt y Prokofiev, entre otros, juega un papel esencial en la catarsis. La epidermis del espectador puede percibir cómo Herzog se juega la vida, a veces literalmente, en cada plano. Su presencia puede resultar a veces excesiva (una tortura en la reciente Grizzly Man), pero el coraje del alemán es algo casi imposible de ver hoy y muy especialmente en ese llamado “post-cine” que sólo sabe relamerse con el cadáver del cine.

Ante la losa de “lo indecible”, Lessons of darkness reacciona con la fuerza de la imagen pura. En este paseo por las ruinas del ser humano sólo queda humo negro, los instrumentos de tortura expuestos sobre una mesa, una viuda incapaz de articular palabra y un niño que ya no quiere aprender a hablar. Lo demás ya ocurrió o está por venir. O no. En la segunda mitad de la película hacen su aparición los bomberos encargados de apagar los incendios de los pozos. Observarlos bajo el fuego y la lluvia de petróleo es un espectáculo que adquiere el carácter de revelación. Esos detalles insignificantes que capta la cámara atenta de Herzog nos dan la medida exacta de la cuestión capital que está en liza. Estamos ante la visión cegadora del alma humana, fascinante y dolorosa al mismo tiempo.

Posiblemente no sea una obra redonda, pero el director alemán vuelve a regalarnos dos o tres instantes de esos que son capaces de permanecer en nuestras retinas para siempre. Me quedo con el que abre el film: un bombero empapado en petróleo lucha contra las llamas y al mirar a la cámara trata de decirnos algo mediante gestos. Nos señala, señala al lugar donde pisa y a continuación se pasa el dedo transversalmente por la garganta. Terreno vedado.


Daniel García